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Mi casa

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Tras barrer mi casa, te deje entrar. Mi casa, llena de historias, de nostalgias, de anhelos, de tanto para vivir, de mucho para contar. Una casa con visitas, pero con limitaciones, pues a pesar de no necesitar entradas novedosas con frecuencia, si recibía consecuentes golpes a su puerta y en más de una ocasión, eran abiertos los portones principales. En ningún tiempo se pintaron de rojo las paredes, pues la moral era el ojillo de la puerta y los valores tapizaban las paredes. En ocasiones hubo visitas ornamentadas con excelencia, con rasgos atractivos, palabras seductoras y discursos coherentes, pero tras pasar al sillón, era hacedero distinguir que el periplo predilecto, llevaba a la habitación. Sin embargo, de tantas visitas, poco a poco, esta morada, se fue redecorando, logrando gozar de cerrojos nuevos, garantes de buena seguridad, pero también de cojines confortables o algún tipo de chimenea, que   acogían con calidez y confort. Cada cambio en casa, veni

II: Del miedo y otros sinónimos.

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Miedo, Soledad, Olvido, Dolor, desconfianza. El parasito de nuestros deseos, de nuestras convicciones. Dueño del último adiós a destiempo, de las lágrimas, del dolor. Garante de todo lo que evitamos, de todo lo que, aunque soñamos, no vivimos. Miedo que es dolor, como aquella, silenciada por su padre, que se fue apenas pudo, pero dañada por su dolor se convirtió en él, o aquel, que temblaba solo de pensar que se podía repetir, encariñarse, amar y quedarse solo, porque de chico aquellos que él creía que realmente le querían, sin decir nada, solo dejaron de estar, dejando su admiración intacta pero su corazón roto. Dolor como el de aquel que camina hoy sin bajar la mirada, que juzga cada movimiento y aleja a cualquiera que le pueda dejar. Dolor, miedo, soledad. Soledad tan temida y perversa, que, en el esfuerzo de evitarla, abandona, hasta volverse tu realidad. Sería viable pensar que finalmente todo aquello evadido por miedo, ocurre. Y por ser así, en mi historia también el m

Miedo I: Una Niña Asustada.

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Este será el primero de tres escritos consagrados al freno de mano más consumido en el mundo, el miedo. ¿A qué tememos? De pequeños, se atraviesa en nuestra garganta un gran nudo, con solo pensar en la oscuridad, en nuestra madre o incluso en esos charcos que reflejan el cielo. No sabemos dónde meternos para evitar que en las sombras salga lo desconocido y por no ver, nos haga daño; algunos tememos a aquella o aquel que amamos, pero nos lastima; nos tiemblan las carnes al pisar ese charco, pues imaginamos que como el cielo se refleja, iremos justo a ahí, al cielo, iremos justo a lo desconocido. Y ¿Por qué tal turbación? ¿Por qué en ocasiones no somos capaces de desligarnos del miedo? Es simple, no nos queda gota de sangre en el cuerpo, porque somos vulnerables, porque queremos tener la certeza de que lo que vendrá, nos hará bien. La verdad, puede resultar incluso frustrante, pues nunca controlaremos todas las variables. Queremos tener la fórmula para una vida perfectamente c

En la cuerda floja

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Y a pesar de tantos altercados, él estaba ahí. Soportando mi cara de pesada, y aunque era tal vez porque no tenía a donde ir, yo amaba imaginar que, en el fondo, seguía quedándose por mí. Con el ceño fruncido, viendo al frente, realmente me hacía sentir fría y distante. Toda una hipotermia emocional, sin embargo, me negué rotundamente a negociar su perdón, su amor o tan siquiera su atención. Fuimos dos niños, realmente felices. Jugando con el amor, como si prendiéramos fogatas en semana santa cerca de cualquier parque nacional, era catastrófico, desde cualquier punto de vista, pero ahí estábamos, así éramos, almas felices, prendiendo fuego al mundo entero. Dábamos pasos sobre el agua, éramos magia, se que claramente, nos llevaban de la mano, era imposible que lo nuestro fuera viable de otra forma. A pesar de todo esto, nos dejamos rodear por la neblina, esa que nos cubría y casi nos evitaba vernos el uno al otro. La magia y la neblina, muy seguramente han de tener la mis

Pasion

¡Ay pasión! la de los que son, la de los que serán. La de los sueños, la de la verdad.   La de los ojos cerrados, que perciben más que un sinnúmero de microscopios. De Manos y oídos, a todo dar, que son alma, que transporta, que conquista. Y el corazón que no late, que más que eso, se transforma en percusionista, y es el ritmo de esa vida, la anhelada, la de nuestros sueños. Pasión, esa que siento cuando somos, cuando estamos, pasión que mueve esta certeza que arraiga la fe, que arraiga la vida. Mi café de utopías, mi Atlantis descubierto. Quien no cree en los sueños, seguro vive una viva tan triste, que le agobia el buen descanso y el que no vive en el descanso, nunca duerme suficiente, nunca vive como debe. Quien no cree en los sueños, no será, no es. Quien vive los sueños, es capaz de remover la historia, de destruir fronteras, es capaz de ser. Ser, lo que anhelamos. Ser lo que todos quieren ser. En la abstrusa, la tentación de volar será una ilusión perenne.

Adios, nos vemos pronto.

A todos mis lectores, este es un escrito dedicado especialmente a mis amigos, aquellos a los que en mi travesía extrañaré profundamente. Es claro que les amo profundamente, por eso, quiero dedicar este escrito. Estará dedicado a distintos rostros, esos que me animan la vida, que me hacen crecer y determinan con bastante peso, mi camino a la felicidad, porque sea cual sea, siempre será con ellos. Ante estas letras, el mar de mis ojos está a punto de desbordarse, porque es claro que les amo. En ese pensar que puedo sola, constantemente noto que, en definitiva, son ellos quienes me han sostenido, porque son los instrumentos de Dios, porque son mis estrellas, son mi espíritu, son la chispa que enciende mi luz, y como dice una canción que aprecio bastante, eso se llama amistad. Porque en las buenas, las malas y las estupideces, siempre están. He peleado conmigo misma, no me he marchado y ya extraño cada segundo pasado y por venir. He peleado conmigo misma, porque sé que

¿Esperando que escampe?

Y, cómo sabes que escampó, si no te atreves a mirar por la ventana, si te has encerrado en esa habitación oscura, sin ruido. Esa habitación, recuerdo cada momento. Aquella oscuridad, en la que, en tu infortunio me convertías en ruido, y corrías a tus paredes de corcho. Esa oscuridad, en la que generalmente, tú me otorgabas papel de luz, para poder excusarte, con falsas historias sobre tus anhelos de sombras. Si, recuerdo bien esa habitación, sus paredes sin color, sin vida, pero las necesitabas, como si ellas te hicieran sentir omnipotente, porque en ese vacío, tus vacíos eran desborde y tus tristezas no eran nada, aunque lo fueran todo. Sin embargo, también recuerdo tu desesperación, porque al entrar en la habitación, solo querías encontrar la salida, pues no había lluvia, no había sol, solo había un blanco escape, que se convertía en ceguera, en la profunda ceguera de tus verdades. Intentar pactar con el diablo, es menos peligroso que escapar de los miedos, pues tus miedo