Gritos Amordazados


La calle de mi ciudad desapareció. 
Camino por el desierto, sigo dando tras pies, pero mis pasos tienden a ser dudosos. Me topo con barricadas que buscan respuesta desesperadamente, pero no dan paso a la novedad; con piedras que me gritan sus problemas por desahogo y armas que destruyen ilusiones con acciones sin conciencia, sin intenciones en pro del hermano o su vida; me topo con paredes, que se dejan pintar, sirven para sostener y están ahí, viéndolo todo, pero son entes inmóviles; me encuentro también con semáforos, que a pesar de tener el poder de orientar el camino, solo dan las señales que siempre han dado, en un orden especifico, sin importar que esté ocurriendo a su alrededor.
Camino por este desierto, donde la indiferencia protagoniza las grandes historias y donde las muertes se han vuelto un espectáculo, sin embargo, este desierto ha comenzado a coquetearme, ya casi me conquista, parecer romper espejos.
Escucho con tono de timbales los disparos, suenan con insistencia, estos disparos son los únicos que nos mantienen despiertos.
Escucho el color rojo de la sangre, sí, se escucha fuertemente, tiene poder y dice barbaridades, parece ser poca la sangre, pero la sangre es manipuladora y escandalosa, como siempre lo ha sido ese color.
Escucho un sonido de silencio, un silencio escandaloso, un silencio torturador, que pareciera que empieza a transformarse en ruido, muchos esperamos que sea así.
 Dando tras pies, saltando barricadas, cubriendo mi rostro para respirar mejor, observo y escucho, pero intentan vituperar mis convicciones, las barricadas ya no son de madera, los protestantes ya no son los que manifiestan sus valores; entes de razón, de emociones, de ilusiones, son hoy la tranca, la pared, la bala, el silencio torturador.
Pero más fuerte que el terror, empuja con certeza y firmeza, la voluntad y la esperanza. Con Constancia y dedicación, intentamos tener la vida del hermano como prioridad y gritamos aunque nos intenten silenciar. El color de la sangre, hace ruido y tiene poder para amedrentar, asustar, manipular, pero el color de la vida y olor a esperanza, se va esparciendo lentamente.
La calle de mi ciudad desapareció, es hoy un campo de batalla, donde pelean las convicciones sin armas, contra la indiferencia y el despotismo, que disparan ferozmente. Batallan los sueños, las ilusiones, el esfuerzo, contra el conformismo y la resignación. Luchan a muerte los que saben que por no luchar morirán y los atacan los que por no vivir directamente el mal, se eximen erróneamente.
La calle de mi tierra parece ciudad de sombras, donde los gritos están silenciados, donde las bocas intentan ser vendadas, donde la mordaza está en el corazón.
Más allá del espejo todo se estaba cayendo, pero el pueblo no veía más allá de su reflejo. Hoy intentamos romper los espejos, unos de vidrios fuertes permanecen intactos y otros tristemente, aunque quebrados han alterado la vanidad del que todo lo veía normal.
Canta el pueblo una canción, que parecía novedosa y solo para concientizar, pero cuando quitamos los tapones de nuestros oídos notamos que eran las notas de nuestro himno nacional.
Esto, que parece un mal feroz, ha sido una clase magistral, donde aunque a muchos les van quedando la materia, a otros bastantes nos ha enseñado la importancia de las convicciones y el valor de la vida, sobre todo la vida del hermano, tanto que morimos por el otro y morimos todos cuando muere uno, pero vivimos constantemente la resurrección, resucitamos cada vez que a pesar de morir, volvemos a ser luz y esperanza.
El País se cruza de un extremo al otro cada minuto, las realidades la compartimos y vivimos juntos, eso es nuevo y por ser nuevo aún hay gente que se resiste a dicha novedad.
Consigo llegar a casa, donde tal vez viva en pequeño la situación del país, pero justamente ahí comenzó mi lucha, lucho en la calle con la guardia y en la casa con el miedo, la resignación y en ocasiones la indiferencia, pero tengo fe, casi veo un futuro construido por la mayoría de los venezolanos, pero de ser un espejismo, tal vez moriré, por la libertad que acá no tendré.

Fabiola Román


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