Meros Espectadores en una Cajita de Cristal
Hoy,
como todos los días, he estado pegado de mi móvil, pues se ha convertido en el único medio de comunicación al que tengo acceso.
Sin
duda, la situación en la que se encuentra mi país es deplorable y, no solo
hablo de las cantidades de manifestaciones a lo largo y ancho del país, de la
represión, de los heridos, de las injusticias y los presos políticos. También,
me refiero a la hambruna con la que se encuentra el venezolano diariamente, la
inseguridad, la falta de oportunidades, los sueños que se desvanecen de las
manos de los jóvenes y de sus padres.
Y
comprendo su frustración, comprendo la rabia, pero más que nada, comprendo la
impotencia, esa misma que se intenta drenar insultando a un guardia, lanzando
una piedra, lanzando al cielo gritos de libertad, entonando el Himno Nacional
mientras se desgarran la garganta. La comprendo porque la viví, estuve allí con
ellos, fui unos más en las calles, cuando aún se decía que Venezuela no iba a
caer en dictadura.
Pero,
¿Qué paso con ese espíritu de libertad? ¿lo perdí? No, aún está conmigo.
Ustedes se preguntarán ¿Por qué no se incluye cuando habla de la realidad del
país? Por una simple razón, hace dos años, puse todas mis ilusiones en una
maleta, decidí arriesgarlo todo y apostar por Dios, porque solo desde él, se
puede sanar verdaderamente al venezolano, pero, para poder hacerlo, tengo que
formarme y estaba claro que no sería fácil, que tendría mis dudas, que podían
flaquear a la primera, pero continúe y no por mérito propio, sino por gracia de
Dios.
Realmente,
no he recorrido mucho dentro de la vida religiosa, ni tampoco creo ser un gran
ejemplo, pero jamás pensé, que si en mi país es instauraba una dictadura, yo
iba ser un mero espectador, que me iba a quedar en una burbuja, en la que
“estamos mal”, pero realmente estamos mejor que el 70% de los venezolanos.
Y así
comencé a seguir detenidamente los acontecimientos en las redes, aprovechaba el
momento en el comedor, para actualizar sobre las últimas noticias, los sucesos
y así me sentía parte de algo, pues, esto daba pie a conversaciones sobre la
situación actual.
Pero
me canse. Me case escuchar a mis hermanos quejarse y lamentarse e inclusive a
algunos maldecir, diciendo que la situación está mal, ¿cuándo saldremos de esto?,
¿cuándo se acabara todo? ¿Cuándo
volveremos a la Venezuela de antes? Mientras que en casa, continuamos como si
nada pasase, comemos tres veces al día e inclusive merendamos, vamos a la
universidad e intentamos seguir el semestre con normalidad y, cuando un
profesor no va, somos capaces de enojarnos porque se quedó en una marcha o
porque no pudo pasar por la tranca, volvemos a casa, hacemos deporte y oramos.
Sin
duda, me considero un hombre de fe y sé que, como tal, debo aferrarme a la
oración, pero en casa, no pasa de ser una mera intención que suena en la
oración de los fieles o en las Laudes o Vísperas.
Desde
pequeño, mi mama me enseño a orar y me decía que, quien pide con fe, todo se le
da, y veía a mi papa, ponerle una vela a San Isidro y pedirle que intercediera
ante Dios para tener una buena cosecha, pero al siguiente día, estaba en la
tierra, sudando, esforzándose y poniendo toda la dedicación posible para que
esto se cumpliera. Entonces comprendí, sin duda, la oración es importante, pero
Dios no iba a bajar a trabajar la tierra para que papá tuviese una buena
cosecha, la oración y el esfuerzo se complementaban.
Hoy,
tengo a mi país en el pecho, tengo un nudo en la garganta y un retorcijón en
los riñones, en la mesa preferí guardar silencio, no vale la pena quejarnos, si
no somos capaces de poner un grano de arena y, no se trata de ir a lanzar
piedras, se trata de no ser indiferentes, de actuar, de apoyar cada iniciativa
de los jóvenes, de ofrecerles también una respuesta o una manera de protesta
desde la fe. Cristo nos hizo profetas mediante el bautismo, para denunciar las
injusticias, no para ser meros espectadores en una cajita de cristal.
José Zerpa
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