Ellos
Me disipé en esas sonrisas, el fondo, la
felicidad.
Al ton y son, del vibrar que todo lo
produce, que todo lo ve.
Done mi voz, done mi voluntad, done mis
fuerzas.
Mi Cómo, cuándo y dónde, lo designaron
ellos, Dios solo obedecía la necesidad.
Mi amor se volvió un plural
irreversible.
Mis juicios siempre en pro, nunca en
contra.
Lo justo y lo injusto, trastabillaban y
se relativizaban, intentando doblegar mis fuerzas, cuando un par de ojos
brillando suplicaban o clamaban comprensión.
Me descubrí, cuando los comprendí.
Me encontré en esas canchas, en esos
patios.
Dilucidé buscarme entre paredes, paredes
que simbolizan no tenerlos.
No soy yo.
No me encuentro.
Se bien que es ahí, que mis oídos
anhelan el sonido del balón, el tintinar de ese par de colitas o los gritos a
mi alrededor.
Sé al dedillo, que mi piel anhela esa
calidez, esos abrazos, ese peso en mi espalda al jugar a los caballitos.
Estoy al cabo de los hechos con la deuda
que tengo, debo compensar tantas sonrisas que me han dado, tantos abrazos,
tanto agradecimiento.
Mi deuda es infinita y cíclica, pues mientras
más me encuentro en y con ellos, mas agradecidos parecen estar y más en deuda
me siento.
Descubrí la felicidad, en una formula
extraña.
Vino en un frasco que parece en momentos
pequeño y en momentos imposible de cargar.
Una dosis constante, pero tan valiosa,
que puede tomarla uno y llegar a miles.
Me descubrí, al educarlos.
Me encontré enseñándoles, viéndolos
crecer.
Creciendo con ustedes, descubrí la
verdadera libertad, que pareciera condicionada pero que se limita solo cuando
la ignorancia no se convierte en ganas de saber más, de entender o de explicar.
Sé que mi vida depende de ellos, porque
crecemos juntos.
Esos, que tienen tantos rostros.
Todos, rostros de Dios.
Ellos, con dolencias en el corazón, con
un mal comportamiento o un ejemplo que es error.
Ellos, con la vida por los pies, las
metas muy en alto y el compromiso ni lo ves.
Ellos, con tantas utopías, pero no saben
cómo hacer.
Ellos, los niños de la oscuridad, los
que no saben con quién contar, los que no encuentran felicidad.
Los que tienen un gran corazón, pero no
saben cómo usarlo o si tienen algún don.
Ellos, los que escapan de la realidad,
lo que han perdido la inocencia.
Tantos tristes que rescatar.
Aunque también estén ellos, lo que saben
que tienen para dar.
Los que también quieren ayudar, los que
lo dan todo a los que saben que tienen menos.
Ni buenos, ni malos.
Pero contagiados por su entorno, entorno
que en muchos es un virus, en otros es método, es utilidad.
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