Nuestro eterno infinito, aunque ni eterno, ni infinito.

Lo dije y lo sostengo, un sentir disímil es más dañino que un amor no correspondido.
En el escrito anterior, vimos cómo se puede herir sin querer y querer sin ser correspondido.
En este advertiremos, como el amor se puede evitar.
Con él, viví un sentimiento destructivo, pero seductor.
Si dos corazones hacen contacto en el momento exacto, a través de las miradas, debes saber que estás perdido, pues lo que vendrá será difícil de parar.
De momentos inesperados, pero totalmente oportunos, surgió aquello que pudo ser “El amor de mi vida”
La aventura y la novedad impregnaron nuestros encuentros y el sentimiento, sin avisar, abandonó nuestros cuerpos, tomando las decisiones y obrando sin consultar al patrón, que era el cerebro.
Lo sé, parecía amor.
Lo sé, tal vez él me amaba.
Pero el miedo, ese astuto sentimiento, le ganó a la certeza y se instaló en nuestra confianza.
Casi sin avisar, casi sin pensarlo, la pasión y la concupiscencia empujaban con astucia.
Pero cuando el nombre quiso ser parte, la formalidad sombreó los buenos deseos.
Cuando alguno pensaba que decirle “Noviazgo” era lo indicado, el miedo obraba por algún lado.
Por lo que poco a poco, nos atamos a una libertad apócrifa, a una fuerza ferviente y a una certeza dudosa.
Vivíamos con la esperanza de poder ser más que eso, anhelando lo que, sin saber, ya nos era propio.
Por esto, siempre frenábamos nuestros sentimientos.
Yo quería más, tu decías que estabas bien así.
Yo quería nuestra seguridad, tu necesitabas tu propia seguridad.
Yo buscaba encontrarme, necesitaba crecer, necesitaba certezas.
Tú, sin entender mucho mis búsquedas, sin comprender mis inseguridades, sin comprender mis celos reservados, pero conociéndome, te cundías de miedos.
En ocasiones, contigo lo sentía todo, pero al dejarte, al pensar sola en casa, un sin sabor me abordaba.
En ocasiones, éramos tan felices, pero, aunque tú me llenabas de bellas palabras y me servías arte en plata, para recordarte, algo faltaba.
Y mientras tú más apartabas los miedos, y le dabas firmeza a tus seguridades, yo, como una niña, buscaba el juguete que me faltaba, buscaba lo que mi corazón anhelaba, ciega, pero caminando a mi felicidad.
Podemos echarnos la culpa uno al otro, pero cuando yo quería seguridad tú no la necesitabas, cuando yo te necesitaba para crecer juntos, tu buscabas un proyecto propio, en el que yo sabía que no encajaba correctamente.
Luego, cuando tú al parecer ya estabas dispuesto a arriesgar conmigo, a crecer conmigo y a escuchar, o al menos en palabras lo manifestabas, yo ya había optado.
En esta ocasión te quería, pero ninguno era lo que el otro necesitaba, por eso te dejé.
Lo sufrí, lo lloré, lo anhelé muchas veces, pero al volver la mirada atrás, al releer nuestra historia, sabía que era lo correcto.
Tal vez pude amarte, pero tus miedos, tus inseguridades, me corrieron en el momento exacto.
Así se puede evitar el amor, alejándote en el momento correcto, sufriendo una ruptura drástica, suelen ser dolorosas, pero duelen menos por doler a tiempo.
Sin embargo, lo nuestro pudo ser, pero no estaba dispuesto para que fuera.
El “Amor de tu vida” se empapará de ti, contigo empapándote de él. No sentirá de manera disímil.

El amor de tu vida lo reconocerás, cuando sientas que, al verte, puedes encontrarlo. Pues sus ojos, tras haberse encontrado en el momento exacto, se harán uno, abriendo las puertas para crecer juntos.



No se pierdan el siguiente:

Y le decía negro, como el café.


Comentarios

Entradas populares de este blog

Y le decia negro, como el café

¿A tiempo o destiempo?

Me desnudaste