II: Del miedo y otros sinónimos.


Miedo, Soledad, Olvido, Dolor, desconfianza.
El parasito de nuestros deseos, de nuestras convicciones. Dueño del último adiós a destiempo, de las lágrimas, del dolor. Garante de todo lo que evitamos, de todo lo que, aunque soñamos, no vivimos.
Miedo que es dolor, como aquella, silenciada por su padre, que se fue apenas pudo, pero dañada por su dolor se convirtió en él, o aquel, que temblaba solo de pensar que se podía repetir, encariñarse, amar y quedarse solo, porque de chico aquellos que él creía que realmente le querían, sin decir nada, solo dejaron de estar, dejando su admiración intacta pero su corazón roto. Dolor como el de aquel que camina hoy sin bajar la mirada, que juzga cada movimiento y aleja a cualquiera que le pueda dejar. Dolor, miedo, soledad. Soledad tan temida y perversa, que, en el esfuerzo de evitarla, abandona, hasta volverse tu realidad.
Sería viable pensar que finalmente todo aquello evadido por miedo, ocurre.
Y por ser así, en mi historia también el miedo es dueño de mi adiós, aunque hoy, no es mi miedo, es el suyo. Es dueño de este frio provocado, de las barreras, de esa esperanza que derramaba constantemente frente a sus pies. Sí, es culpable de ese adiós que tuve que pronunciar porque él tenía miedo de decirlo, porque, aunque huir siempre es más fácil, cuando se ama, puede resultar realmente doloroso. Recuerdo que alguna vez fuimos marinos, veíamos nuestro horizonte, hasta que el miedo fue entrando en su cabeza y noté que solo quería estrellar el barco, así que salté. También yo tengo miedo, sobre todo por saber que lo que tu sientes nunca fue suficiente, o peor, que yo no fui suficiente. Por eso mi miedo logra abstener, por eso no respondo a las preguntas, y las lágrimas, solo correrán por mis mejillas cuando tu no estés.
Miedo que es culpa, y que es capaz de mantener por seguridad propia, el gran cañón en pleno, justo entre ambos, dos, que nunca serán más, que dos entes separados.
Para todos mis colegas, este es el patrón, el jefe de las luchas que jamás terminamos, y peor aún, de las que nunca empezamos.
Acabó, esa será la palabra constante de tantas historias donde él, sea el protagonista, porque el miedo hace eso, se fundamenta en como ya te abandonaron tus padres, tus amigos o algún ser amado, en la traición de aquel hombre modelo que escuchaste decir “No volverá a pasar” mientras seguía engañando a la mujer que tanto decía amar, se fundamente en posibilidades de que vivas lo que te causo tanto dolor.
Y nunca lo descubrirás sin enfrentarlo, pero el miedo solo grita por perdón, solo son las lágrimas de un niño que anhela sanación. Y si perdura, si no lo enfrentas, te mata, aunque tu creas vivir. Los grandes zombies de esta sociedad, son los esclavos de sus miedos.
Sé Títere, muñeco de molde, se un poeta que no escribe, un músico que no suena, un soñador que ha dejado de imaginar, se un enamorado que se limita a escapar.
Que irónico, ser esclavos en pleno siglo XXI cuando hablamos de libertad, de estereotipos, de géneros y no podemos siquiera liberarnos de nuestros propios miedos.
Lo único más fuerte que el miedo es la esperanza y claro, el amor, sin amor no es posible tener esperanza, aun así, tiene que haber mucho de ese amor, mucho de esa esperanza para ser capaces de romper las ataduras y domarlo.
Pero ¿Qué pasa cuando tenemos miedo a amar? ¿Miedo a querer sin remedio?
De eso hablaremos en el próximo escrito.


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