Endulzando mi desabrido sentimiento, y le llamaste amor.

Nadie hacia las sardinas tan saladas como mi madre, y el arroz tan desabrido.
Quizá una de las primeras lecciones, es que, en la vida, es necesario vivir los excesos, para anhelar conocer la medida correcta.
Yo viví un exceso, de los que pueden ser dulces, desde un punto de vista de “Empalagamiento Masivo” sin embargo, al terminar lo que sea que sucedió, el sabor no era dulce, era salado, tanto, como las sardinas de mi madre.
En un saludo, bastante apenado para los dos, comenzó todo, tal vez porque ya estaba bastante predispuesta.
De miradas y sonrisas comprometedoras tengo mucho que decir, pues lo que para mí era bochorno, para él era señal de gusto.
Y no lo niego, la atracción existía, sin embargo, un sentir disímil es mas dañino que un amor no correspondido.
Con mis miradas, te envolví.
Con mis sonrisas, te atrapé.
Entre palabras y otros hechizos, cuando lo noté, me pertenecías.
Cuanta maldad, tras un sentimiento, así lo veía el mundo, el tan bueno, ella tan desconsiderada.
Y aunque lo sufría, aunque lo escuchaba, solo quería lo mejor para ti, y si mi felicidad peligraba, igual te apoyaría.
Ese era mi pensar, hacer que tú, sin necesidad de que yo te lastimara, te apartaras.
Pero te engatusé, te hechicé, al menos esas fueron tus palabras, te cautivé y yo solo buscaba alejarte sin lastimarte.
Cuando me di cuenta, había pasado de esquivar tu gusto a esquivar un enamoramiento totalmente definido. ¿Cómo no lo noté antes?
Me hablabas de nuestro futuro y de lo linda que te parecía. Me hablabas de compromiso, de felicidad. Tu tragado por mí y yo pensando cómo hacer para corresponderte.
Te diré algo que nunca te dije, si no hubieras dicho que estabas enamorado, seguramente en mis intentos, lo habría logrado. Sentir algo por ti. No era descabellado, no era un imposible, pero en días, te enamoraste y me asusté.
Noté que, si en tan poco tiempo ya sentías eso por mí, si le daba largas y no correspondía, el dolor sería peor, así que lo decidí, lo terminé.
No terminaba contigo, ahorraba un mayor dolor, ahorraba una larga espera.
No terminaba contigo, terminaba con el ideal que te planteabas de mí, terminaba con los comentarios, con la certeza de todos.
No terminaba contigo, iniciaba tu sanación y mi condena.
Tú, a los ojos de todos, sufrías.
Yo, debía ser la fuerte. Al parecer, el malo es quien termina, a nadie le importan los motivos y tú, haciendo quedar el amor como un exceso, hiciste el dolor equivalente.
Tú, de empalagarme en bellas palabras, de hacerme nadar en gratos cumplidos, de idolatrarme más de lo que incluso yo, ya lo hacía, pasaste a sufrir, como lo hacías cuando no estabas seguro de mi sentir, aunque no dijeras nada, como lo hacías cuando esperabas de mí, lo que tú te habías planificado en tu ideal de chica, ideal de chica en el que, según tú, yo encajaba perfectamente, aunque en realidad, para ti, ese ideal era más un molde, que una fotografía. Como sufrías, cuando sentías que ya no tenía tiempo para ti.
Sin embargo, cuando terminamos, no sufriste como lo hacías cuando estábamos juntos, sufriste públicamente.
Por eso, lo que pudo ser, no fue.
Por eso, mi decisión, la sentí certera, a pesar de que a mi alrededor, todos sufrieran mi partida de tu vida, todos vivieran tu dolor y todos me hicieran la villana de nuestra relación.
A pesar de esto, te quería tanto, que me quede.
Me quedé porque sabía que, detrás de todo el show, me querías.
Me quedé apostando por una amistad.
Me quedé, buscando tu felicidad.
Y aunque tuve que cuidar cada palabra, cada gesto, cada correspondencia de emociones, me quede.
Aunque todos sintieran que te lastimaba, que te torturaba, que lo que hacía te perjudicaba.
Me quede, y con esfuerzo, hoy valoro nuestra amistad.
Sin embargo, aunque los años pasaron, vivimos la promesa de un amor que no fue, vivimos la posibilidad de una felicidad que no se intentó, para ti, yo soy la esperanza de alegrías certeras, todo porque nunca dije, nunca actué y nunca pensé de manera radical. Lo que tenemos es tan frágil, que, si doy un paso incorrecto, si algún gesto insinúa esperanza, todo el esfuerzo estará perdido.
Por esto, aunque te quiero, nuestra amistad no puede ser tan cercana, nunca como antes.
Este después, pasó a ser casi tan desabrido como el arroz de mi mamá, pero me enseñó, que, para amar, debemos ser realmente sinceros con nosotros mismos y con los demás.
Me enseñó que amar, no siempre implica ser correspondido.
Me enseñó que el amor construirse de manera disímil, o llegar a destiempo, lo que nos lleva a la siguiente historia.

Espérenla.


No se pierdan el siguiente:

Nuestro Etero infinito, aunque ni eterno, ni infinito.


Comentarios

Entradas populares de este blog

Y le decia negro, como el café

¿A tiempo o destiempo?

Mi casa