Miedo I: Una Niña Asustada.


Este será el primero de tres escritos consagrados al freno de mano más consumido en el mundo, el miedo.
¿A qué tememos?
De pequeños, se atraviesa en nuestra garganta un gran nudo, con solo pensar en la oscuridad, en nuestra madre o incluso en esos charcos que reflejan el cielo. No sabemos dónde meternos para evitar que en las sombras salga lo desconocido y por no ver, nos haga daño; algunos tememos a aquella o aquel que amamos, pero nos lastima; nos tiemblan las carnes al pisar ese charco, pues imaginamos que como el cielo se refleja, iremos justo a ahí, al cielo, iremos justo a lo desconocido.
Y ¿Por qué tal turbación? ¿Por qué en ocasiones no somos capaces de desligarnos del miedo? Es simple, no nos queda gota de sangre en el cuerpo, porque somos vulnerables, porque queremos tener la certeza de que lo que vendrá, nos hará bien. La verdad, puede resultar incluso frustrante, pues nunca controlaremos todas las variables.
Queremos tener la fórmula para una vida perfectamente calculada, por eso tenemos miedo, por lo que vendrá, pero sobre todo por lo que ya fue.
Como ella, sentada sobre sus tobillos, abrazó sus rodillas, y justo en esa esquina donde pegaba la luz, se recostó de la pared, cuidando con ambos ojos entreabiertos, mientras gritaba. Estaba tan oscuro. Temblaba y no despegaba su espalda de la pared, pues si un monstruo iba a salir, al menos lo vería de frente, nunca por detrás. Estuvo ahí sentada hasta que su mamá abrió la puerta, que no se podía abrir por adentro sin llave.
Nunca quiso volver a sentarse en esa esquina, hasta aquella noche. Repetía sin cesar “Déjame hablar, déjame hablar” y cada vez que lo decía, el repetía “Cállate y escucha”. Sin poder terminar una sola oración, tras los gritos de su padre, volvió a la esquina, ahora con la luz apagada y recostada de la pared. En esta ocasión, tuvo que soportar la oscuridad, pero aterrada, estuvo preparada por si debía recibir de frente al monstruo que le quitó el habla. Desde ese día ella, no sabe hablar sin alterarse, pues siente que, como él, gritaran “Cállate y escucha”. Hoy su miedo es decir lo que piensa.
Cuánto vale el daño que hacemos y el bien que nos guardamos, cuánto valen las cosas que vivimos y como las llevamos. El miedo, de cada uno será siempre a lo que vendrá, pero basado en lo que ya vivimos. En esas heridas. Esas heridas que son dueñas de todos los “pudo ser” y los “hubiera sido”, esas que nos hacen detener una buena historia, o alejarnos de lo que hemos deseado o incluso construido.
Así puede ser el miedo, en la niñez nos hace llorar o correr, y generalmente acaba con una explicación científica, un abrazo o el consuelo de quien nos ama. El problema del miedo, estará cuando no consigamos consuelo, cuando en vez de correr a los brazos de alguien, corramos lejos de todos, incluso de nosotros mismos.
El problema del miedo, generalmente está cuando crecemos, y tiene solución, pero de eso hablaremos en el próximo escrito.
¡No te lo pierdas!



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