En la cuerda floja
Y a pesar de tantos altercados, él estaba
ahí.
Soportando mi cara de pesada, y aunque era
tal vez porque no tenía a donde ir, yo amaba imaginar que, en el fondo, seguía
quedándose por mí.
Con el ceño fruncido, viendo al frente,
realmente me hacía sentir fría y distante.
Toda una hipotermia emocional, sin embargo,
me negué rotundamente a negociar su perdón, su amor o tan siquiera su atención.
Fuimos dos niños, realmente felices. Jugando
con el amor, como si prendiéramos fogatas en semana santa cerca de cualquier
parque nacional, era catastrófico, desde cualquier punto de vista, pero ahí
estábamos, así éramos, almas felices, prendiendo fuego al mundo entero.
Dábamos pasos sobre el agua, éramos magia,
se que claramente, nos llevaban de la mano, era imposible que lo nuestro fuera viable
de otra forma. A pesar de todo esto, nos dejamos rodear por la neblina, esa que
nos cubría y casi nos evitaba vernos el uno al otro.
La magia y la neblina, muy seguramente han
de tener la misma densidad. Aunque sus propiedades sean totalmente distintas,
una es capaz de hacerte ver lo increíble o crearlo y la otra, es capaz de cegar
hasta el más bello paraíso, y aunque la neblina es más amiga de la ciencia, yo
solía creer más en la magia, pero sin darnos cuenta, la neblina fue la que nos
cubrió y en alguno de nuestros mejores actos, caímos en esa cuerda floja.
Con esa sensación de vacío, con ese efecto
de miedo, sobresaltada por la caída que, aunque no llega no pasa.
El temblor que me ha hecho trastabillar,
una y otra vez sobre mis emociones, el temblor en esa línea recta, donde
cualquier paso, nos haría caer.
En el estómago, esa sacudida, esa sensación
similar al frio que corrompe mis huesos y el hormigueo, que no se detiene, como
si ya hubiéramos caído. Y aunque nos mantengamos temblando en la esperanza, que
poco a poco se encompincha más y más con el miedo, sigo pensando que tal vez
hace mucho que hemos caído.
Me aseguré que te acompañaría al fin del
mundo. Yo, anhelaba que contigo estuviera ese mundo, el que soñamos, el que
construimos en nuestros sueños.
Sin embargo, ya he entendido que, para
acompañar, debemos caminar juntos y hace mucho que dejamos de caminar hombro
con hombro, para buscar escapar de esta cuerda floja, donde nos damos
constantemente la espalda.
Busco entenderte, en el temblor, con miedo
a caer, con fe, con esperanza, pero no logro confiar, no logro entender.
La distancia, al menos físicamente es
corta, aun así, el ruido del silencio me estaba enloqueciendo.
Comentarios
Publicar un comentario